jueves, 9 de abril de 2015

Ayudar a no ayudar


Varias son las maneras en las que podemos ayudar. En menor o mayor grado, la ayuda es un acto de bondad, apoyo e impulso hacia un cualquier ser vivo existente en nuestro planeta, con el objetivo de facilitar alguna tarea y/o solucionar algún problema. 

Dentro del proceso de enseñanza - aprendizaje, la ayuda es un elemento fundamental desde que somos pequeños. Para aprender a caminar necesitamos la ayuda de nuestros padres, lo mismo pasa con el aprendizaje de la lengua materna. Maestros, familiares y amigos, entre otros, nos ayudan a la consecución de diferentes objetivos como el aprendizaje de diferentes contenidos o a la adquisición de diferentes destrezas como montar en bicicleta o golpear un balón con eficacia. Además, existen varios tipos de ayuda. Califico de ayuda directa a la que se ejerce en permanente contacto con el aprendiz o con la persona necesitada de esta. En cambio, la ayuda indirecta se puede ejercer sin intención alguna. Podemos ayudar a una persona con problemas mediante nuestro ejemplo. 

Sin embargo, debemos de tener cuidado cuando ayudamos a no ayudar mientras pensamos que estamos ayudando. Lo explico mejor mediante una entrañable experiencia que tuve con un buen y amable maestro de inglés en Tunbridge Wells. 

Durante un tiempo de búsqueda de alguien que se ofreciera a ayudarme a mejorar mi nivel de inglés hablado, tropecé con Bill, un maestro retirado hace unos años que dedica su tiempo libre a enseñar a hablar inglés a extranjeros. Gracias a su conocimiento sobre otras lenguas latinas, posee varios trucos y métodos basados en los típicos errores que cometemos los españoles (en mi caso) al hablar inglés, y ello le hace un buen e inteligente docente. Si no recuerdo mal, Bill tiene alrededor de unos 73 años. Jubilado desde hace poco más de una década, dedica su tiempo a cuidar su pequeño jardín y mantener su casa en orden además de, como he dicho antes, ganarse algo de dinero dando clases de inglés a extranjeros. Un problema en su espalda y otro en su rodilla, le hacen caminar despacio y encorvado. El hecho de que su casa está llena de escalones, es una dificultad añadida a la hora de hacer las actividades básicas del hogar. 

Siempre que solía ir, me esperaba arriba en su cocina y me ofrecía café o té antes de empezar con la clase. Cuando terminaba de preparar nuestro habitual té y café, solíamos trasladarnos al salón, por donde hay que bajar unos 5 o 6 escalones antes de llegar a él. Debido a su estado de salud, siempre le solía prestar mi ayuda para preparar el desayuno o llevarlo conmigo hasta el salón, ya que me sentía inseguro de verlo a él con la bandeja bajando aquellos estrechos escalones. Ante su continua respuesta negativa día tras día y mi repetida insistencia, un día se acabó el debate. Con su tono indignado que le caracteriza me dijo que él no permitiría que le ayudara a no ayudarle. Yo no entendía muy bien lo que me quiso decir, entonces le transmití que lo único que quería era evitar un accidente y que le solicitaba mi ayuda para que se aprovechara de ella. Con una contestación muy inteligente me explicó que si le llevaba la bandeja todas las mañanas al salón y preparaba el desayuno iba a hacer de él un “viejo” vago y perezoso. Si el dejaba que que le hicieran las tareas de casa mientras permanecía echado en el sofá, todos estarían ayudándole a no ayudarlo. Los músculos de su pierna se debilitarían y el problema en su espalda se agravaría. “Quizás a mí me lleva el doble de tiempo que a ti en bajar estas escaleras, pero lo hago” me dijo. El tiempo no era un problema para él, planteaba su día a día en función de sus posibilidades y eso le hacía permanecerse activo. “Yo sé que nunca voy a llegar a ser tan rápido como tú, obviamente, pero si sigo llevando mi vida como la llevo, tampoco empeoraré tan rápido”.¡Vaya lección me dio!. Para acabar me dijo sarcásticamente que estaba dispuesto a cobrarme 5 libras más por hora si volvía a intentar a no ayudarle. 

Yo estoy acostumbrado a ofrecer mi ayuda siempre que es posible, sin ser consciente de a qué estoy ayudando. Debemos de tener cuidado con el tipo de ayuda que transmitimos porque puede tener un efecto contradictorio. Una ayuda excesiva a un niño puedo convertirle en dependiente de sus padres y no estar preparado para el día de mañana. De igual modo, una falsa ayuda a nuestros abuelos puede convertirlos en vagos y de esa forma envejecer más rápido. El tiempo no es un problema, es un factor que no condiciona la eficacia de las actividades. Quizás, el objetivo que yo buscaba con traer el desayuno al salón en menor tiempo era empezar la clase cuanto antes. En cambio, el objetivo que él busca es el fortalecimiento de sus piernas.

A partir de ahora, tengamos cuidado cuando intentemos ayudar a otra persona, porque si esta tampoco es consciente de que no la estamos ayudando, podríamos caer en un gran error.

4 comentarios:

  1. Muy buen artículo Raúl. Quizás pecamos de una sobreprotección que creemos que nos convierte en mejores personas. Hay que dejar al joven experimentar por si mismo sabiendo los golpes que le acarreará pero que a su vez los prepara para el futuro. Lo mismo en el caso de nuestros mayores que ejemplificas con el caso de tu profesor de inglés. Me apunto el "ayudar a no ayudar".

    Saludos .

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  2. Gracias por tu aportación Rafa. No has podido expresarlo de mejor forma. La sobreprotección queda en el campo opuesto al de la ayuda.

    Un fuerte abrazo.

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  3. Interesante artículo Raúl. El hecho de pensar que el que tenemos al lado es más "débil" que nosotros nos hace caer en una sobreexplotación equivocada. En este sentido, llevándolo justo al extremo contrario pero con gran similitud podríamos hablar también de los más pequeños de la casa. Nuestro afán por ayudarles en cada movimiento que hacen no contribuye a su buen desarrollo. El "ya lo hago yo" casi con toda seguridad ayuda a no ayudarles.
    ¡Saludos!

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  4. Completamente de acuerdo contigo Inma.

    Debemos ser conscientes de qué realmente queremos conseguir. Los errores que cometemos deben ser vistos como formas de aprendizaje. No hay nada mas efectivo que aprender mediante la equivocación. En cambio, tenemos miedo a que los más pequeños se equivoquen, queremos darle el resultado sin ser conscientes que donde realmente se aprende es en el proceso. La mayoría de las acciones que dominamos en el día a día son el resultado de numerosas caídas. El error es necesario para crear un ciudadanos preparado para la vida.

    Se me ha ocurrido otro claro ejemplo. En el caso de que el objetivo es que la ayuda que damos este a favor de construir un ciudadano críticamente demócrata, deberíamos valorar sus opiniones y tenerlas en cuenta para la toma de decisiones, pero nunca deberíamos tomar decisiones por él. Hoy en día, el hijo participa poco en las decisiones que se toman en casa o en las que se toman en la escuela. Cuando vamos a la Universidad, los docentes quieren que tomemos decisiones eficaces por nosotros mismos cuando de pequeños siempre nos han enseñado que debemos hacer lo que nos dice el mayor.

    Con la sobreprotección ninguna de las partes es beneficiada.

    Gracias por tu aportación Inma, espero que todo vaya genial.

    Un abrazo

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