jueves, 14 de mayo de 2015

Un trastorno convertido en fama

Después de casi 5 años unido al mundo de la educación trabajando tanto de voluntario como de monitor de actividades extra escolares en España e Inglaterra, acuerdo con Miguel Angel Santos Guerra que lo que nos hace ser buenos docentes es nuestra reflexión diaria sobre nuestro trabajo. Plantearnos qué estamos haciendo mal para que el proceso enseñanza-aprendizaje a veces no resulte como esperamos. Aprender a “mirarnos al espejo” para saber qué debemos de cambiar para que el resultado que obtengamos sea diferente. Como dijo Albert Einstein: “si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. 

Aunque el mundo de la escuela normal (institución educativa encargada de la formación de los maestros de escuela) es relativamente joven, iniciada en 1684 en Francia, 331 años hasta el día de hoy son más que suficientes para que seamos conscientes de que el peso de lo que sucede en una escuela recae principalmente en nosotros. Junto a los padres, somos los máximos responsables de la educación, salud y progreso de los alumnos/as.

Durante mi experiencia, he podido observar como tendemos a recompensar a los alumnos/as que mas se asemejan al nuestro prototipo imaginativo de “buen alumno”, mientras que decidimos castigar a los que se salen de los limites en los que enmarcamos un comportamiento ejemplar. Solemos castigar comportamientos como hablar demasiado en clase, ser inquieto o/e incluso me atrevería decir que creativo, sin que seamos conscientes de su efecto. 

Hace un poco más de una semana, tuve una charla con mi tutora Mrs Green en el colegio donde ejerzo como voluntario en el departamento de Educación Física desde hace 8 meses. En este rato en el que estuvimos hablando sobre la aceptación que había tenido el Dodgeball (un nuevo contenido introducido a Year 3) en sus alumnos, esta profesora a la que tanto admiro por su afán y dedicación a la Educación Física en Educación Primaria entre otras muchas cosas, me pide opinión sobre el comportamiento en especial de dos alumnos que se muestran continuamente un poco inquietos durante las clases. No cabe duda de que les encanta la educación física, ya que se les ve entusiasmados y participativos. Es durante las explicaciones que introducen los pequeños juegos y actividades que enseñamos, donde su actitud sobresale del resto, ya que no paran de seguir jugando con el balón mas cercano o de hacer diferentes movimientos sin descanso alguno. Mrs Green me comentó que se les esta llevando un plan de seguimiento, ya que su tutor de clase cree que pueden tener un pequeño grado de trastorno por déficit de atención e hiperactividad. El caso es que hace justo 2 meses, una tutora de Year 5 de este mismo colegio me dijo exactamente lo mismo de uno de sus alumnos. 

Parece que cada con mas frecuencia intentamos diagnosticar y medicar a alumnos/as que se comportan como niños que son. Intentamos anestesiarlos mediante castigos y guiarlos a una conducta que nosotros calificamos como “normal”. En cuanto un alumno/a se sale de este camino, en seguida lo estamos etiquetando y juzgando. Que si hablas demasiado en clase, que si siempre estas pintando sin atender a la explicación, que si te mueves mucho, son comportamientos asociados en el día de hoy a conductas disruptivas, necesidades educativas especiales y/o problemas de aprendizaje.

El motivo por el que decidí escribir este articulo fue por el caso de Gillian Lynne, una famosa bailarina y coreógrafa nacida en el Reino Unido y que ha diseñado las coreografías de varios musicales icónicos. Durante una de las conferencias de Ken Robison, educador y conferencista que tanto esta ahora de moda, tuve la suerte de escucharle contar la curiosa historia de Gillian Lynne en sus comienzos. Debido a sus continuos comportamientos inquietos en clase cuando era una niña, tutores de Lynne aconsejaron a sus padres llevarla a un especialista para que empezara con algún tipo de tratamiento y así intentar de calmar sus comportamientos “disruptivos”. Según sus profesores, era una niña que no podia permanecer sentada, se mantenía siempre en movimiento y “no dejaba de mover sus piernas debajo del pupitre”. Cuando tenía solo 8 años, sus padres pensaron en llevarla a un colegio de educación especial pero sin antes pasar por un psicólogo. En su primera visita a este especialista, tras una larga charla son su madre, decidieron dejar a Gillian sola en un aula y observar que tipo de comportamientos son los que mas aparecían en ella. De pronto, Lynne comenzó a escuchar una música que venía de una de las habitaciones de al lado, probablemente desde una radio, y entonces se levantó de la silla y comenzó a moverse y a sentirse inquieta. Después de varias observaciones durante pocos días, el diagnostico concluyó que Gillian no tenia ningún problema, y que el baile era realmente lo que ella necesitaba, ya que le gustaba expresarse mediante el movimiento. Fue ahí cuando nació su carrera en el mundo de la danza. Su madre la inscribió en la escuela de baile local donde ya empezaría a destacar.

Quería compartir esta resumida historia para intentar trasladarla a casos que se les presenta a los docentes y/o a algunos padres. Todos los niños llevan su pasión dentro. Los profesores debemos ser los profesionales encargados de descubrir y despertar esas inquietudes. ¿Qué hubiese sido de Gillian Lynne si no se hubiese cruzado con ese psicólogo? ¿Que hubiera pasado si se hubiese creído todo lo que le decían los de su alrededor? Probablemente, no estaría en este momento contando su historia, ya que hubiese sido una niña más. Sus profesores/as no hacían otra cosa que intentar apagar la pequeña llama que tenía encendida dentro. Dejemos de etiquetar a los alumnos por lo que son y ayudémosles a cultivar la semilla que llevan dentro. La habilidad del docente es la de tratar a cada uno de sus alumnos/as como único y singular y sacar de ellos el máximo. Es una tarea dura y difícil, pero de ahí nuestra vocación.